V Centenario de Santa Teresa – Enfermedad y vida conventual

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«Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero»

En el convento de la Encarnación se agrava su estado de salud. Padece desmayos, algún tipo de cardiopatía y otro tipo de molestias que desembocan, el Domingo de Ramos de 1537 en un paroxismo de cuatro días en casa de su padre. Todo el mundo la da por muerta, pero finalmente se recupera quedando paralítica por más de dos años. Puede volver a La Encarnación dos años despues en 1539, aunque tullida por las secuelas, tardará en valerse por sí misma alrededor de 3 años. Antes y después del parasismo, sus padecimientos físicos fueron horribles.
Según su propias palabras, su curación se debió a la intercesión de San José, por lo que desde ese momento fue gran devota de él.
«Y tomé por abogado y señor al glorioso san José y me encomendé mucho a él. Vi claro que, tanto de esta necesidad como de otras mayores, de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido (V 6,6).»
 
«Mas ¡ay, hijas!, encomiéndenme a Dios y sean devotas de san José, que puede mucho (Cc 28ª).»
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En esos tiempos la vida conventual, con 200 monjas, era bastante relajada, con posibilidad de salir y recibir visitantes.
Los monasterios se convertían en residencias de hijas de buena familia a quienes sus padres no habían conseguido un marido conforme a su condición, así como de niñas y adolescentes, hijas rebeldes, viudas piadosas y, en el caso de los conventos más poderosos, miembros de las grandes familias, que se servían de los bienes y posesiones del monasterio para acrecentar su patrimonio e influencia social
 
Allí, Santa Teresa se entrega con entusiasmo a las prácticas religiosas: confesiones frecuentes, oración en el coro, servicios a las hermanas, realización de oficios humildes, ayunos y penitencias.
Poco después, Teresa abandonó la oración (1541). Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares.
No obstante, no cambió su estilo de vida hasta varios años después. Este cambio se produce tras la visión de Jesucristo, en la cuaresma del año 1554, cuando llora ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle.
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«Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal… No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan… Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas…» (Vida de Santa Teresa, cap. XXIX)
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Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio (1559–1561). Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir.

Fuentes:
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